La humanidad, a la hora de hacer cocina tradicional, es mucho más parecida de lo que nos pensamos. Cada país tiene su propia masa fermentada y frita, quizá si exceptuamos Dinamarca, que la hace al horno. De esta masa de pasta salen los buñuelos. Su forma es generalmente redonda, con un agujero en el medio o con un hoyo hondo. Se hacen dulces o salados.
El buñuelo tiene el don de la discreción. No es despampanante, como las monas de Pascua. Ni tiene la guarnición de los roscones de Reyes. Ni la elegancia de las cocas de San Juan. Quizás esta delicadeza ha sido uno de los motivos de su éxito, que los hizo populares en una época donde no había sitio para excesos. Desde siempre se han comido buñuelos para apaciguar la rectitud de las siete semanas de Cuaresma.
Son fáciles de preparar. Y aún más de comer. Porque su base son ingredientes que podemos encontrar en cualquier cocina: harina, agua o leche, sal, huevos, azúcar, limón, aceite de oliva o mantequilla… y cualquier otra cosa que le pueda dar un toque especial.
La popularidad del buñuelo ha transcendido a la comida y lo hemos adaptado al lenguaje coloquial. Según el Diccionario Etimológico de Joan Coromines, la palabra buñuelo proviene de bulto. Y es verdad que, sobre todo los que no llevan agujero, tienen una forma irregular. Quizá por eso la palabra ha acabado teniendo otra acepción: a una cosa mal hecha, en Cataluña, se la llama bunyol. Pero, afortunadamente, encontramos la contrapartida en Mallorca, donde en referencia a su dulzura se puede decir “caeremos como un buñuelo dentro de la miel”, cuando “una cosa es muy apetecible”.
Pero por encima de todo, los buñuelos son una señal de fiesta. En Valencia no faltan nunca en las Fallas. En casa se preparan para comer en familia por Pascua o en la cena de Navidad. En otros países, lo asocian con el Carnaval. En Sudamérica son típicos en las fiestas religiosas o en tiempo de ferias. Llenan los escaparates de las pastelerías. O son objeto de venta ambulante desde cualquier carretilla o dentro de un sencillo cucurucho.
De una manera o de otra, el buñuelo siempre hace fiesta. Y tiene la virtud de congregar gente a su alrededor. En este libro los encontraremos de muchas variedades. Los buñuelos nos descubrirán maneras de hacer cocinas tradicionales, originales y exóticas. Y nos harán de guía de culturas y paisajes. Os entrarán por los ojos y casi percibiréis su olor. Todo esto en una vuelta al mundo en 50 buñuelos. ¿Nos acompañáis?